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martes, 29 de junio de 2010

SALVADOR DE LA PLAZA: a 30 años de la Siembra de un Precursor del Socialismo Venezolano


Este 29 de Junio próximos, se estarán cumpliendo 30 años de la desaparición física de uno de los más preclaros e inexplicablemente olvidados, héroes civiles de nuestra Venezuela del Siglo XX. Nos referimos a Salvador de la Plaza, quien junto a Pio Tamayo, es considerado uno de los Precursores del Marxismo en nuestro país, y a quien su acción revolucionaria, intensa formación ideológica y austera vida, constituyen paradigmas del hombre nuevo que necesitamos actualmente, para profundizar nuestro proceso revolucionario.
Elementos biográficos de Salvador de la Plaza
En las postrimerías del siglo XIX, en un país netamente agropecuario y caracterizado por las pugnas caudillistas, específicamente el primero de enero de 1896, nació en Caracas Salvador de La Plaza, hijo de una familia pudiente capitalina. Él, posteriormente, se convertiría en uno de los iniciadores de la interpretación materialista de la historia en Venezuela, y en consecuencia, en agudo crítico del paradigma positivista de la explicación de la realidad que predominó en el país durante la primera mitad del Siglo XX.
En 1912, siendo estudiante de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, se incorporó a las protestas contra el régimen dictatorial de Juan Vicente Gómez. En 1914 formó parte del Comité Central de la Asociación General de Estudiantes, responsabilidad que lo obligó a asumir la vida clandestina.
Para 1917, se matriculó en la Escuela de Derecho, desarrollando al mismo tiempo un conjunto de iniciativas tendentes a la reorganización del Movimiento Estudiantil. Dos años después participó en la fracasada conspiración cívico-militar dirigida por el Capitán Luis Rafael Pimentel, y en mayo de ese año fue detenido y encarcelado. Para abril de 1921, se le conmutó la prisión por el exilio y fue expulsado a Francia, donde se graduó de abogado con definida orientación marxista en 1924. En ese año viajó a Cuba y estableció estrechas relaciones con Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, ambos fundadores del Partido Comunista Cubano y férreos opositores al régimen del Presidente Gerardo Machado. También participó en el funcionamiento de la Universidad Popular José Martí. Por razones de carácter político abandonó ese país.
Para 1926, en México, junto a Carlos León y los hermanos Gustavo y Eduardo Machado, fundó el Partido Revolucionario Venezolano (P.R.V.), asumiendo la dirección de la revista Libertad, órgano de ese partido. También dirigió la revista El Libertador, vocero de la Liga Antiimperialista de las Américas, dos años más tarde, fue forzado a irse de México, dirigiéndose primero a Panamá y luego a Colombia.
Al morir Gómez en 1935, regresó a Venezuela y un año más tarde participó activamente en la organización de la famosa huelga petrolera que paralizó esa industria, e igualmente en la creación de las ligas campesinas y en la fundación de los primeros sindicatos de Venezuela.
En 1937 fue expulsado del país por el presidente Eleazar López Contreras, y se dirigió nuevamente a México. Allí desplegó una intensa actividad política y cultural, fundando la Editorial Fondo de Cultura Popular, la cual publicó varios libros clásicos del marxismo. Seis años después, en el Gobierno de Isaías Medina Angarita, regresó a Venezuela y se incorporó a colaborar en la redacción de la Ley de Reforma Agraria.
Con el inicio de la dictadura de Pérez Jiménez sufrió varias detenciones hasta que en 1954 fue expulsado del país, radicándose en Francia hasta 1958, año en que logró regresar a raíz del derrocamiento del gobierno de facto.
Al instaurarse de manera definitiva la democracia representativa en Venezuela, participó como colaborador de la Comisión de la Reforma Agraria en 1963, y regentó más tarde el cargo de docente en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales y la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela. Asimismo, se destacó como colaborador de varios periódicos y revistas nacionales y extranjeras. La muerte lo sorprendió el 29 de junio de 1970, habiendo ofrendado su vida a los mejores proyectos para la humanidad.
(...)
Las reflexiones que sobre el proceso histórico contemporáneo venezolano podamos manifestar quedarían considerablemente limitadas si ellas obviaran el legado teórico e ideológico dejado por Salvador de la Plaza y otros tantos personajes y luchadores venezolanos durante las primeras décadas del siglo XX.
Junto a Gustavo Machado y otros destacados activistas venezolanos, Salvador de la Plaza trató de desmitificar el enfoque sesgado que coloca a los latinoamericanos como seres incapaces de ser auténticamente creativos, soberanos y autónomos. Para ello formuló un proyecto en el cual el internacionalismo militante fue uno de sus pilares esenciales. De allí que manifieste desdén hacia conductas nacionalistas de muchos representantes de la oposición gomecista en el exilio. Mantuvo como condición sine qua non, que era necesaria una densa formación política e ideológica en los militantes. Ello, en aras de un proyecto que, lejos de ser pragmático, se encaminara al ámbito programático. Quiere decir que este autor piensa a Venezuela desde un horizonte estratégico a largo plazo con una mirada fijada al mundo de las generaciones futuras.
En 1926, con Gustavo Machado y otros destacados dirigentes en el exilio, expone al mundo y al país los lineamientos generales sustentadores del Programa de Gobierno del Partido Revolucionario de Venezuela (PRV), en los cuales destacan, entre otros aspectos, la emancipación del campesino y del obrero de todo dominio latifundista-capitalista, la reivindicación del papel igualitario de la mujer respecto al hombre; la redistribución de las tierras ociosas y baldías para quienes carecen de propiedad.
También se incluía en lo anterior un trato digno e igualitario hacia los sectores indígenas, así como la creación de condiciones básicas para que toda la población disfrutara de las ventajas obtenidas por la modernización, evitando cualquier signo de explotación y desarrollando al mismo tiempo la educación técnica, científica y humanística.
(...)
Esas reflexiones lo llevan a preocuparse al mismo tiempo por asignarle al programa un cambio de dimensión americanista, considerando que no es utópica la concepción bolivariana de una América grande en la que deben hacerse enormes esfuerzos por la integración de esos países, para tratar en condiciones de igualdad a Estados Unidos de Norteamérica. En esa preocupación histórica de los latinoamericanos es importante subrayar que, aun cuando los exponentes de la corriente socialista beben de las fuentes de Marx y Lenin, muchos de ellos reconocen y destacan el legado teórico de Bolívar, Martí, Rodó, Darío, Henriquez Ureña, en esa dirección, como es el caso particular de Salvador de la Plaza. En la presente coyuntura la iniciativa integradora latinoamericana de signo liberador permea la política exterior del Estado venezolano, política acogida, además, por muchos sectores populares latinoamericanos y estigmatizada por el Departamento de Estado Norteamericano.
Más adelante, y a raíz de los análisis compartidos con representantes del comunismo internacional, radicalizó el discurso en el sentido de arreciar la confrontación contra la política hegemónica e intervencionista de los Estados Unidos, y privilegió el papel protagónico de los obreros más que el de otros grupos y sectores sociales. Afirmó que esa clase, debido a su papel en la producción, es la llamada a ser la vanguardia del proceso revolucionario, manifestando que:
“Nuestro pueblo, fortalecida la confianza en sí mismo, concentrada todas sus energías, está en capacidad de vivir su propia historia democrática porque cuenta con los medios materiales, con el acervo de tradiciones gloriosas de la lucha por la libertad; porque cuenta hoy con una vanguardia crecida de su propio seno, la clase obrera, que como la clase social homogénea, sin contradicciones internas, históricamente determinada para dirigirlo, en alianza con el campesinado instaurará, la democracia en nuestro país. A partir de esa matriz teórica del marxismo, llegó a sostener que las sociedades progresan inexorablemente hacia etapas superiores, progreso que obedece a contradicciones generadas en el seno de la estructura económica. Con ello expresa que el desarrollo dialéctico de la humanidad se explica a partir de las contradicciones de clases, provocadas por la naturaleza del aparato productivo. Es decir, la lucha protagonizada por los detentadores del poder y sus aliados extranjeros, y los explotados, miserables peones y trabajadores, que en el caso latinoamericano, sólo poseen su fuerza de trabajo para venderla a cambio de exiguos salarios.
La dialéctica de esas relaciones, en la cual la dimensión material juega un papel preponderante, ha marcado el desarrollo histórico de la humanidad, posibilitando la marcha hacia horizontes totalmente superiores, hasta el logro definitivo de la emancipación de la especie, según se desprende de su modelo analítico, percepción que viene a reafirmarse al señalar:
“La lucha de clases ha sido y es una realidad de carácter universal que fundamenta la concepción materialista de la historia, lucha que los marxistas convencidos se dedican a impulsar con todas sus fuerzas, a objeto de alcanzar en el plano nacional de cada país y consecuentemente en escala mundial, la derrota de las clases explotadoras y la conquista del poder por las clases explotadas, para instaurar una sociedad ajena a toda explotación, donde el hombre desarrolle cada vez más su capacidad creadora para bienestar colectivo e individual”.
Como fiel creyente de esa lógica social, en su inquietud por explicar el proceso histórico venezolano desde su paradigma conceptual, consideró y denunció que, con “la instalación de Gómez en el Poder, los ministros de Estados Unidos dirigen la política venezolana en beneficio de los trusts extranjeros”, política que condenó abiertamente propiciando un debate sobre el rescate de la soberanía, en tanto derecho de toda nación a pensar, aplicar, enmendar e interpretar sus leyes de manera autónoma. Manifestación esta presente en toda su obra.
Con esa afirmación Salvador de la Plaza quiere destacar que desde comienzos de las exploraciones petroleras de manera organizada en Venezuela, en 1912 aproximadamente, los representantes de las empresas transnacionales (Inglesas y Norteamericanas) diseñaron, elaboraron y ejecutaron, sin obstáculo algunos, las leyes de hidrocarburos. Estas leyes, en absoluto beneficiaron a la nación, y menos aún a sus trabajadores. Los representantes de esas empresas se convirtieron en juez y parte de la política petrolera venezolana por mucho tiempo, incluso más allá de la llamada nacionalización del petróleo realizada por el Presidente Carlos Andrés Pérez en 1975. Por lo que hoy en día el rescate de la industria petrolera constituye un objetivo estratégico para el gobierno encabezado por el Presidente Hugo Rafael Chávez.
Como sostuvo este teórico marxista, esa relación de dependencia y mediatización del capital extranjero con Venezuela profundizó el subdesarrollo, es decir, el atraso económico y social. Nos convirtió en meros mercados para la colocación de excedentes de los países industrializados, obligándonos en consecuencia a proveerlos de materia prima a bajo costo.
Ese es el contexto vivido por los países latinoamericanos en la primera mitad del siglo XX, y sobre el cual Salvador de la Plaza afirmó que, sólo con la liberación y la unidad podrían ellos romper con esa política inicua y avanzar por senderos garantes de la convivencia entre los seres humanos, que en definitiva apunte hacia el bien común. Estos criterios evidencian en Salvador de la Plaza su creencia en el progresivo perfeccionamiento de la naturaleza humana.
Para Salvador de la Plaza la conducta antiimperialista es un principio al cual no debe renunciarse jamás, sobre todo en el ámbito Latinoamericano, heredero de una rica historia emancipatoria que se remonta a los tiempos coloniales y que cobra vigencia de manera permanente en estos espacios.
En ese sentido, dos temas sobre los cuales se detuvo de manera especial fueron el petróleo y la política agropecuaria. Sobre el primero insistentemente ratificó la necesidad de que Venezuela rescatara los recursos del subsuelo (y de todo su territorio) para racionalmente explorarlo, refinarlo y distribuirlo directamente, ajena a todo tutelaje extranjero, en aras de beneficiar a la población y a las generaciones futuras, y asimismo, coadyuvar al desarrollo de las industrias básicas: la siderurgia, la petroquímica, la refinería petrolera, el aluminio, el gas natural, etc.
Otra línea crítica de sus ideas se vincula con el tema de la Reforma Agraria. Él consideraba que la misma debía implicar la entrega de tierras y organización de los campesinos en centros agrarios con sistemas de créditos agrícolas, de mercado. Todo ello encaminado a romper con el latifundio, para crear nuevas formas de propiedad y relaciones de producción, y así impedir la importación de productos agrícolas, episodio que daría acceso a una etapa en la que el desarrollo industrial potenciaría el advenimiento del socialismo. Eso evidencia la convicción de nuestro autor en lograr un tipo país caracterizado por su soberanía tecnológica y alimentaria, condiciones loables que contribuirían a garantizarles a los venezolanos una mejor existencia. Hoy esas propuestas y reflexiones, que nacen de demandas históricas de la población venezolana, se remozan, proyectan y complementan en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), la cual tiene como finalidad lograr elevar los niveles de plenitud y felicidad de toda la nación.
(...)
En esa dirección es que compartimos la reflexiones ofrecidas por Arturo Sosa, cuando establece que Salvador de la Plaza representa: “La formulación de una visión alternativa de la Venezuela de los comienzos del siglo XX, además de la propuesta de un modelo de sociedad como objetivo de acción política de la corriente socialista y también una posición critica en relación al sistema democrático populista venezolano,” premisas teóricas sobre los cuales Salvador de la Plaza fundamentó toda su praxis política. Dentro de ellas, las categorías de lucha de clases, fuerzas productivas, relaciones de producción, emancipación proletaria, entre otras, constituyen sus principales instrumentos de análisis de la realidad venezolana, así como del origen de la dominación que ella padece, para así proponer su superación.
Es por ello que la obra intelectual y política de Salvador de la Plaza, junto con la de otros militantes que lo acompañaron en esos retos históricos, constituye un aporte significativo y novedoso en el sentido de fomentar la discusión sobre la naturaleza política de los movimientos antigomecistas.La misma está destinada a trascender la limitada percepción de la realidad venezolana, así como también, a arrojar luces sobre el modelo de sociedad que se aspira construir, la táctica para lograrla y los objetivos estratégicos, a largo alcance, en vista al nuevo ordenamiento social al que se aspira; en la cual la lucha de clases late como ingrediente fundamental orientada a la emancipación, tanto de los venezolanos como de los latinoamericanos en general.
(...)
En ese sentido, consideramos necesario reconocer que uno de los meritos fundamentales de Salvador de la Plaza consiste en haber formado parte del equipo iniciador y continuador de la recepción del marxismo en Venezuela. Dicho de otra manera, acuñó las categorías de análisis del materialismo histórico y dialéctico en correspondencia directa con su praxis política. En él se evidencia el convencimiento de que a partir de ese enfoque podía superarse el modelo neocolonial y lograr la verdadera emancipación de América Latina, y en especial, de Venezuela. Esa liberación contempló entre otros objetivos la redistribución de las riquezas de manera equitativa, como medida dirigida a garantizar condiciones económicas, humanas, culturales, etc. para elevar los niveles de vida en la población.
(...)
Salvador de la Plaza murió de un ataque cardiaco en Caracas, el 29 de Junio de 1970, en su Despacho de la Universidad Central de Venezuela.
(Textos originalmente publicados en www...)